Feb 9, 2006

Ett land du aldrig sett


Su voz venía desde más allá de la luz del bosque.
Los que la imaginaban la describían como una muchacha de larga cabellera rubia, de piel como el alba, ojos celestes y de una sonrisa triste...
La única ruta accesible a ella era, quizá, a través de la verde espesura salpicada de añoranzas y libélulas donde habitaban dioses infinitesimales.

O soñar la nieve en un verano luminoso.

Otros aseguraban que sólo era posible si uno bajaba al infierno de todos los límites (el lugar de la plenitud del ser, decían) y allí inventaba palabras místicas, laberínticas.
Palabras para semillarlas en el humus, en los fiordos, en las tráqueas de los recién nacidos, en los teoremas de las certidumbres...
Me paseé describiendo órbitas de insospechadas lejanías y quimeras.
Y cavilaba atónito: el infierno era cómo inventar una palabra mística, laberíntica, que fuera la llave precisa para llegar a ella.

Machaqué pétalos de amapolas para mi imaginación (en la nieve boreal, un anciano chino, con el don de la ubicuidad, desenterraba cisnes y el secreto sol de la medianoche).
(Me había enamorado de la muchacha imaginada)

Cuando casi me sobrevino el naufragio, y el aire era de mortajas, creí que, más que inventar la palabra-llave, debería simplemente sentir.
Sentirla con avidez (como se siente la belleza del agua), atravesado por todos los azares, sin temer a los abismos y los senderos de oscuros musgos y cenizas a ningún lugar...
Recordé a la poeta argentina Alejandra Pizarnik en su texto "Una equilibrista enana se echa al hombro una bolsa de huesos y avanza por el alambre con los ojos cerrados".

Entonces, intrépido, cerré mis ojos parado frente al abismo y, súbitamente, una mano me tomó con delicadeza.
La voz de la muchacha de la larga cabellera rubia me susurró:
"Ett land du aldrig sett"
("Te llevaré a un país nunca visto")

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(Para Amapola, por Mentecato)
 

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